sábado, 26 de diciembre de 2020

"Dios con nosotros". ¡Es Navidad!

En la fragilidad de un niño ha manifestado Dios su poder.  En la ternura y el candor de unas manitas que se abren se ha podido unir el cielo con la tierra.  En la mirada serena de José y María somos invitados a contemplar y a entrar en el misterio del Verbo Encarnado. En el asombro de los pastores somos convidados al encuentro y en el canto de los ángeles compartimos la alegría y la paz de saber que ha llegado el ENMANUEL.   «Por lo tanto, no puede haber lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la vida y nos infunde la alegría de la eternidad prometida».



domingo, 12 de julio de 2020

Santa Teresa de Los Andes, a 100 años de su muerte


TERESA DE LOS ANDES: UNA CARMELITA SEGÚN EL CORAZÓN DE MARÍA




Juana Enriqueta de los Sagrados Corazones Fernández Solar nació el 13 de julio de 1900 en Santiago de Chile, sus padres Miguel Fernández y Luisa Solar, cristiano piadosos y devotos, de muy buena posición económica. Dos días después de su nacimiento fue bautizada. El ejemplo y las enseñanzas de sus padres fueron su primera educación cristiana. Recibió el sacramento de la Confirmación el 22 de octubre de 1909 y la Primera Comunión el 11 de septiembre de 1910.
El 7 de mayo de 1919, con la aprobación de sus padres, entró en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de la ciudad de Los Andes, tomando el nombre de Teresa de Jesús. Recibió el hábito religioso el 14 de octubre del mismo año y comenzó el noviciado.
El 02 de abril de 1920 enfermó de tifus y difteria. El día 5 recibió los últimos sacramentos y el 6 hizo la profesión religiosa in artículo mortis. Expiró santamente el 12 de abril de 1920, después de haber transcurrido en el Carmelo, como postulante y como novicia, solamente 11 meses.
Canonizada por Juan Pablo II el 21 de marzo de 1993 el aroma de santidad de esta joven carmelita chilena ha impregnado la iglesia con su simpatía y alegría, ha sido propuesta como modelo para los jóvenes en la Iglesia de hoy.
Al celebrar como familia religiosa el I Centenario de su pascua, su itinerario espiritual sigue siendo una expresión radical de entrega apasionada al amor de Dios y un deseo ferviente de ser hija auténtica de María en la imitación de sus virtudes.
A través de la lectura de algunos párrafos de su Diario y Cartas podemos percibir su gran amor a la Santísima Virgen María, allí nos cuenta cómo desde su más tierna infancia la Virgen ha sido su compañera inseparable y confidente íntima. Ella le ha escuchado la relación de sus alegrías y tristezas. Ella ha confortado su corazón tantas veces abatido por el dolor.
Teresa, le confiesa a su padre: “Desde chica amé mucho a la Santísima Virgen…Confíe todo a la Santísima Virgen. Récele siempre el rosario para que Ella le guarde no sólo su alma, sino también sus asuntos.” Se siente muy amada por la madre de Jesús, y ella responde con su amor, “¡Cuánto amo a mi Madre! ¡Cuánto me ama Ella!”. Está completamente convencida que la Virgen María es la vía más rápida para llegar a Jesús y unirse a ÉL, y esta certeza impregna su vida de un deseo infinito de entregarse sin reservas a la voluntad de Dios. Llega a la conclusión de que María es un espejo donde puede verse y revisar su camino espiritual: "Puesto que soy su hija, debo parecerme a Ella y así me pareceré a Jesús".
Desde siempre se siente cercana y unida a la Virgen, le considera su promotora vocacional, así lo expresa en una entrañable carta a su hermano Lucho: “la que puso en mi alma el germen de la vocación, fue la Santísima Virgen. Y tú fuiste el que me enseñó a amar a esta tierna Madre, que jamás ha sido en vano invocada por sus hijos, Ella me amó y, no encontrando otro tesoro más grande que darme en prueba de su singular protección, me dio el fruto bendito de sus entrañas, su Divino Hijo. ¿Qué más me pudo dar?”
Teresa tenía por costumbre escribirle cartas a Jesús y a María, en el papel derrama su oración de suave olor, sus deseos ardientes de unión con Dios, ejemplo de ello esta bellísima carta a la Virgen María, es un momento difícil, ella está internada en su colegio, y en esta carta con ternura le escribe a la Madre de Dios como si ella fuera su propia madre. Le dice a María que no ha de amar sino a Jesús, y que lo hace para para desahogar su corazón despedazado por el dolor y luego le pide que la consuele, la aliente, la ame, aconseje, la acompañe y la bendiga: “Esposa de Jesús Mi único amor. Hoy desde que me levanté estoy muy triste. Parece que de repente se me parte el corazón. Jesús me dijo que quería que sufriese con alegría. Esto cuesta tanto, pero basta que Él lo pida para que yo procure hacerlo. Me gusta el sufrimiento por dos razones: la primera, porque Jesús siempre prefirió el sufrimiento, desde su nacimiento hasta morir en la cruz. Luego ha de ser algo muy grande para que el Todopoderoso busque en todo el sufrimiento. Segundo: me gusta porque en el yunque del dolor se labran las almas. Y porque Jesús, a las almas que más quiere, envía este regalo que tanto le gustó a Él”.

¡Alabado sea Jesucristo!





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